“Más allá de un ombligo”
Era una mañana gris. El día se presentaba tan plomizo como tedioso. Los primeros rayos de luz avisaban de un inicio que no podía decidir. Lo mismo me pasaba cada día, y cada noche.
Las sombras se esfumaban entre los humos de los coches que abrían la veda del tráfico matutino. La maldición de la contaminación parecía no tener remedio alguno, aparentaba que a ello estábamos destinados. Algo que tenía tanto de falso que sólo podía ser creíble por una mente inocente, como la del ser humano. En verdad, sólo dependía de nosotros mismos el que eso cambiase.
Como cada día, en mi particular oposición a ese antinatural devenir de mis pasos, me dispuse a coger el metro. La misma hora de cada día, un autómata más empezaba su franja horaria de movimientos. Después del reposo, tocaba desentumecer músculos y huesos. O debería decir, tuercas y engranajes.
El sol tímido seguía escondido, menos por algún diminuto rayo que intenso se colaba entre las calles provocando reflejos y dando forma a los materiales colores. Cabía esperar que el día mejorase.
Una vez dentro, viajando hacia mi destino, permanecía sentado, leyendo. Esperando sin quererlo esos placenteros efímeros momentos que puede provocar un viaje en metro o autobús. Esa mirada cómplice que insinúa una ladeada sonrisa, o aquella que denota pasión entre corchetes por una figura o acción; también, lo agradable y cordial de la convivencia, la sensación de sentirse parte de un todo que funcione al unísono.
De los primeros, me quedo con la incertidumbre de que puede que no vuelvan a pasar, que no vuelvan a cruzarse contigo esos amores fugaces; de los segundos, la esperanza de que siempre estén.
Y así, entre papeles desordenados sigo camino a mi destino. Muy cerca de él, cada vez más, mientras pienso y leo, el tiempo aparenta acelerarse.
Hoy es uno de esos días en que todo el mundo que veo a alrededor parece peculiar. Un hombre despeinado sentado delante habla por los auriculares del teléfono, parece que hable solo, claro. Una chica a un lado no para de mirarse a las oscuras puertas de los vagones mientras circulamos por los túneles, cuando llegamos a las paradas mira hacia fuera y busca donde reflejarse. Unos niños alborotados van de excursión y hacen las gracias de una pareja de ancianos. Personas de distintos colores, como la realidad, caracteres que se entremezclan. Pocas veces se ve, dar los buenos días a un desconocido, parece que sólo miramos nuestro ombligo. Pero de tanto en tanto, me sorprende alguien cediéndole un asiento al chico de las muletas; o alguien que asiente al dejarte pasar educadamente; o la chica, que al escuchar las melodías que emite un músico en el metro, se le desvanecen las malas historias de su cabeza para dejarse llevar. Un gesto amable que alumbre ese fluir, sin más.
Ya he llegado, ensimismado, como tantas veces. Un trayecto que me ha enseñado más del ser humano, como las noticias de hoy, como las novelas de moda. Un trayecto entre mil historias liado, asomando la cabeza a cada una de ellas. Un trayecto abierto y no cerrado –aunque sea bajo tierra-.
Salgo, el sol reluce. Para mi sorpresa el día ha cambiado. Una sonrisa esboza mi cara y respiro buscando encontrar el aire no contaminado que nutra mis pulmones, el aire que con tanto coche está maltratado. El día se presenta espléndido, espero traiga cosas buenas.
Un viaje te hace cambiar de una realidad a otra, aunque somos nosotros mismos quienes verdaderamente podemos cambiar la realidad en la que vivimos.
(Relato corto presentado al concurso de relatscurts de TMB, si alguien quiere verlo en la web http://www.relatscurts.tmb.cat/aspx/ca-ES/home.aspx aparece, y siempre podrá votarlo, claro…)